Yo también vengo… No, tú no. Vettel que no quiere a Leclerc, Hamilton que no quiere a Alonso, Verstappen que no quiere a Sainz… A ver, cuando tu compañero de equipo te estropea tu sueño… Sobre todo cuando un pilotazo quiere el asiento que se ha liberado en la misma escudería.
Desde siempre, el piloto que se sienta en el coche a tu lado es el adversario a batir, el rival más duro, el fantasma que está encima de ti a diario en la pista, además de ser el divertido compañero de anuncios publicitarios y promocionales del equipo y de la marca que les paga el sueldo, el partner en eventos comerciales muchas veces muy aburridos, el socio en la temporada sobre asfalto, en el motorhome y en el hospitality.
Es sobre todo el espantajo presente y futuro en las pistas, la persona que podría oscurecer tu luz, eclipsar tus prestaciones, poner en segundo plano a quien, por las buenas o las malas, según acuerdos contractuales o supuestas prohibiciones, es considerado el titular, la primera guía, el que también puede decir «aquí mando yo, tengo yo la prioridad, I’m faster than you»…
Ya esto está sin control. De acuerdo con las órdenes de equipo en carrera; está bien que un piloto, cuando tenga una clara ventaja en el Mundial, sea ayudado por el equipo, favorecido frente a su compañero; pero que prevalezcan vetos, prohibiciones, out-out a la posible llegada en un team de pilotos fuertes que podrían poner en peligro la tranquilidad de las supuesta primeras guías, de los supuestos titulares, beh, perdonadme, yo no lo comparto.
Además, sería suficiente con volver la mirada al pasado para averiguar cómo siempre han existido parejas de grandes pilotos en el mismo equipo, protagonistas de épicas batallas entre ellos. Pero, ¡qué tiempos aquellos!
10 marcas, 20 asientos, límites tecnológicos, económicos, de desarrollo, que están asfixiando la Fórmula 1 actual. Gloriosos equipos que están muriendo, sufriendo graves crisis financieras, otros apoyados y que llegan a sobrevivir gracias a ricos mecenas que pretenden, a cambio, poner al volante, en los asientos de sus conquistas, a sus hijos, nietos o familiares, cuyas habilidades son tal vez muy discutibles, cuyos resultados la mayoría de las veces son para olvidar. Y pilotos mejores, mucho mejores, que por otro lado, tienen que esperar su turno, que a menudo nunca llegará.
Si añadimos a todo esto los vetos que alguien va poniendo a la llegada de prometedoras estrellas del volante, también ya reconocidos, con grandes resultados en otras categorías, así como a grandes pilotos en busca de otra oportunidad para valorar sus habilidades, ya nos hemos pasado de la raya.
¡Lástima! La F1 de hoy en día ha traspasado muchos límites, necesitaría de una buena revolución de verdad. Cambios serios, sin casuales recortes o limitaciones aquí o allá. Todos miramos a ese 2020 que parece ser el fìn de un mundo y el inicio de otro para la Fórmula 1, a los cambios reglamentarios y técnicos que van a llegar, a la posibilidad de que otras marcas se unan a la fiesta, construyendo el nuevo Pacto de la Concordia. Todavía, si la concordia no existe ni en los mismos garajes, entre vetos y prohibiciones, vaya, ¡hay que empezar de nuevo!