El Gran Circo no era sino la más importante pista de carreras de la antigüedad, la sede de las competencias de cuadrillas. Ahí se apostaba no sólo dinero, también la honra y, en un par de ocasiones en la historia, el control político del imperio.
En ese circo, las carreras eran el atractivo principal aunque, evidentemente, existían una multitud de pequeños actos artísticos que aderezaban y entretenían a la gente.
Estos “actos circenses” incluían acróbatas, comediantes, presentaciones de animales exóticos y ensambles musicales. Curiosamente, estos actos secundarios son los que sobrevivieron asociados al nombre del circo en nuestros días.
Y no es difícil entender el por qué. El morbo, la curiosidad, el drama y color que estos actos brindan son enormemente entretenidos. Ahora bien, los Aurigas, los conductores, eran también objetos de culto; sus efigies adornaban los trapecios de las casas, sus nombres eran «grafiteados» en las calles de las ciudades.
Los aurigas fueron los primeros superestrellas, más famosos que los ahora mitificados gladiadores. Los conductores de los carros de competencia llenaban la imaginación de los ciudadanos romanos.
No es difícil explicar por qué, 2000 años después, nuestra sociedad se vuelve una vez más loca con la personalidad de los pilotos de la F1. Estamos ávidos de sus triunfos y sus fracasos, de las crónicas de sus victorias, de sus palabras, de sus imágenes. Nada puede hacer volar más nuestra imaginación que aquel que se juega la vida por la victoria.
Solo repetimos la historia y revivimos el Circus Maximus.
Las decisiones de Fernando Alonso y Oscar Piastri han hecho volar la mesa de las negociaciones del mercado de pilotos a niveles orbitales. No hay límite en la especulación, no hay teoría que no tenga apoyo en uno o en otro periodista “experto” en la categoría; que un día dice una cosa y otro día, la adiciona con otra, y que, además, le da una vuelta de tuerca a la trama.
Ayer Piastri estaba ya en McLaren, y el equipo de Woking ya tenía preparado el cheque con el que pagar a Daniel Ricciardo por su salida. Sin duda, la catarsis ofrecida por el sufrimiento de nuestros héroes nos lleva a la compasión y el dolor. Platón estaría orgulloso.
Hoy, la teoría no solo lleva a Ricciardo a Alpine, vamos, eso no es nada. Alonso estará en Mercedes, sustituyendo a Lewis Hamilton después de su retiro en el 2024, nada menos. Todo era muy claro, solo había que ver los signos, y escuchar a los entendidos.
Hace unos años, lo importante era lo que pasaba en pista, ese era el atractivo. Hoy parece que entramos en el ciclo de decadencia y morbo, donde sólo los actos de entretenimiento importan. La doma del tigre y la mujer araña nos distraen, vamos, nos encantan.
La caza de los clicks está en temporada, y cualquier titular parece válido. Quizá es tiempo de recordar que la esencia del deporte es suficientemente sólida para cargar consigo los titulares. No necesitamos especulaciones, ni trascendidos. Pronto las verdades aparecerán y esos hechos serán mucho más interesantes, porque serán ciertos.
Es tiempo de ceñirse a los hechos y alejarse de los rumores, a costa de que pronto, todos, necesitemos ceñir unos muy propios sombreros de papel aluminio.
La verdad será más interesante y apasionante que lo oculto, porque es más simple, es concreta, se mide en milésimas de segundo y estará de regreso en el Gran Premio de Bélgica, en el legendario circuito de Spa Francorchamps, el 28 de agosto.