La Historia tiene la pequeña manía de seguir una serie de acontecimientos cíclicos. Esta afirmación se duplica en el deporte y por tanto, en sus ciclos de éxitos y fracaso. A día de hoy, la Fórmula 1 está siendo testigo de un monólogo incontestable del equipo Mercedes.
Uno de sus principales opositores, el equipo Ferrari no ceja en su empeño de romper la hegemonía del gigante alemán. La ira del tetracampeón Sebastian Vettel por la radio reflejan la frustración que supone no poder romper la solidez de la estructura encabezada por Toto Wolff. Esta circunstancia es la que ha motivado la presencia de dos gallos en un mismo corral tras la llegada la temporada pasada del joven monegasco Charles Leclerc a Ferrari para ser el compañero de Vettel.
Charles Leclerc, ¿el sucesor de Michael Schumacher?
El potencial del 16 ha avivado la esperanza de los tifossi. Massino Rivola apuntó que ostenta la misma rabia que Fernando Alonso, y Jean Todt, actual presidente de la FIA, llegó a compararlo con Michael Schumacher. Pero es importante recordar que el talento en la conducción no es el único componente que permite derrotar a todo un genio al volante. La resistencia es una de las características que permiten lograr el objetivo deseado.
@Charles_Leclerc
Dicha cualidad la ostentaba el más grande entre los grandes, Michael Schumacher. Sus cinco títulos mundiales con Ferrari le han permitido obtener la categoría de mito en suelo trasalpino. Sin embargo, a veces es necesario bajar del pedestal a aquellos dioses para recordar que necesitaron fracasar antes de pisar la gloria.
El 7 veces campeón del mundo no es la excepción que rompe la regla. También tuvo que probar el regusto amargo de la derrota para que pudiera engrosar las vitrinas de Maranello de trofeos. Para empezar, sus inicios en el «Gran Circo» estuvieron llenos de éxitos. A sus 26 años, el alemán era bicampeón del mundo gracias a la meritoria progresión de Benetton y el excelente magisterio de genios como Joan Villadelprat o Ross Brawn.
Nueva era Ferrari bañada con la esencia de Benetton
Sin duda, tocaba cambiar de aires y Michael buscó nuevos retos en la Scudería Ferrari. Los del Cavallino Rampante se encontraban inmersos en una crisis de órdago y él quería volver a romper el statu quo. Tal y cómo ha confesado Joan Villadelprat en más de una entrevista, «Schumi» era un piloto que daba el 120%, exprimiendo al máximo a su staff técnico puesto que se veía en la obligación de ganar con una escudería poco conocida ante leyendas como Williams.
Esa misma receta debía aplicarla en la escudería italiana. 1996 iba a ser el primer año de la dupla Michael-Ferrari. Si había gente que esperara un título inmediato, estaban equivocados. Damon Hill y Jacques Villeneuve no dieron opción de victoria y el teutón se tuvo que conformar con la tercera plaza en el Campeonato Mundial de Constructores.
Pero dejó muestras de su talento para la conducción. La victoria lograda en un lluvioso Gran Premio de España de 1996 dejaba vigente su inteligencia bajo la pista. Sin duda, se había abierto la chispa entre piloto y afición. Las consecuencias llegaron al vencer en la cita italiana de aquella temporada. La grada de Monza reventó al ver a su nuevo ídolo en lo más alto del podio.
Para colmo, la estructura había mejorado su competitividad de cara a 1997. No era para menos, el alemán había incitado a vestir de rojo a su equipo de ingenieros que le permitieron catar el sabor a Campeón. No obstante, tocaba enfrentarse a un prometedor Jacques Villeneuve. La tensión en la pista con el canadiense se palpaba en el paddock.
Las miradas intercambiaban sujetos y predicados feroces fuera de la pista y dentro de ella imperaba una igualdad mítica. El título iba a decidirse en el Gran Premio de Europa disputado en el Circuito de Jerez. Las expectativas superaron la realidad y el desenlace no estuvo exento de polémica. Villeneuve puso la directa en búsqueda del título y la curva Dry Sack era el punto elegido para ponerse delante.
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Sin embargo, la astucia volvió a imperar en el raciocinio del ex piloto de Benetton. Se abalanzó sobre el monoplaza británico, pero sin tener el éxito deseado. El golpe le catapultó de la pista y la graba dejó encallado un título que fue a parar hacia el canadiense. Aquella maniobra no pasó desapercibida en la FIA y Michael acabó descalificado del Campeonato.
Si sus detractores creían que aquel varapalo iba a resquebrajar la tenacidad de piloto alemán, estaban completamente equivocados. Michael se mantenía fiel a su objetivo y a priori, el camino lo tendría más llano. La escudería de Grove cerraba su dupla con Renault, provocando una drástica bajada de las prestaciones del piloto que era el vigente campeón.
Mika Hakkinen, nuevos tiempos, viejas rivalidades
Ante semejantes circunstancias, la Fórmula 1 necesitaba un opositor para uno de los pilotos más prometedores de la Historia. Dicho opositor iba a ser el gentil y prudente finés Mika Hakkinen y luchó contra el bicampeón durante los años de formación. Su prudencia le permitió ser paciente a lo largo de su trayectoria profesional. Ni siquiera el grave accidente sufrido en el Circuito de Adelaida durante la Temporada 1995 le privó de dejar la competición.
Además, tardó seis años en lograr su primera victoria en un Mundial de Fórmula 1. Fue precisamente en la polémica y última cita de la Temporada 1997. Es cierto que las circunstancias externas le impulsaron hacia la victoria, pero estaba siendo testigo de una gestación de época entre McLaren y Mercedes.
Los de Wooking querían recuperar el trono perdido y para ello, contaron con la incorporación del ingeniero Adrian Newey a partir de la temporada 1998. Su impronta quedó vigente en la sesión clasificatoria del Gran Premio de Australia. David Coulthard y Mika Hakkinen coparían las primeras posiciones de la parrilla tras haberle sacado siete décimas al tercer clasificado, Michael Schumacher.
La historia no cambiaría en el mismo día de carrera. El británico y el finlandés dominaron con mano de hierro, llegando a doblar a todos los pilotos. Faltaba por saber quién se llevaría la primera posición y gracias a un pacto de caballeros, Coulthard le cedió el primer puesto al piloto que hizo la pole y salió líder en la primera curva.
Aquel baño de realidad aceleró el proceso de innovación por parte de Ross Brawn y su staff. Las consecuencias tuvieron su efectos una vez mediada la temporada. Si Mika logró cuatro victorias en Australia, Brasil, España y Mónaco, Schumacher iba a dar un golpe de autoridad durante aquel verano de 1998. Se llevó el gato al agua en tres pruebas consecutivas (Canadá, Francia y Gran Bretaña).
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Por lo tanto, el destino jugaría la carta que desencadenaría el ganador de la partida. Las últimas bazas se iban a jugar en el Gran Premio de Japón. Michael Schumacher marcó la pole, pero faltaba ratificar ese magnífico resultado en carrera.
Su cara de concentración visualizaba las mieles de éxitos. El destino era su único escollo y se había aliado con el día de los difuntos. Para empezar, se le caló el monoplaza en la línea de salida, obligándole a arrancar desde el fondo de la parrilla. A pesar de la losa que le había tocado, remontó como un jabato hasta la tercera posición.
Cuando parecía que había entrado en batalla, sus esperanzas de tricampeonato se fueron al garete al reventar la rueda trasera derecha en la misma recta final. La desolación imperó en el box ferrarista, pero su estrella no se iba a dejar vencer. Reflexionó cabizbajo sobre la batalla perdida, pero con la convicción de volver a presentar batalla.
